Las buenas intenciones casi siempre se toman como garantía de que el resultado también será positivo.
Parece lógico: si una persona quiere el bien y actúa con las mejores intenciones, entonces el resultado debería ser bueno. Sin embargo, la historia, la psicología y la experiencia social muestran lo contrario: a menudo las consecuencias más destructivas surgen precisamente de ideas que inicialmente parecían justas y nobles.
¿Por qué sucede esto? El hecho es que las actitudes morales y las buenas intenciones por sí solas no proporcionan una comprensión precisa de la realidad. Lo simplifican en un esquema en blanco y negro de bien-mal, bien-mal, pero el comportamiento humano y los procesos sociales son demasiado complejos para explicarlos únicamente mediante la moralidad. Como resultado, incluso las mejores intenciones pueden conducir a la injusticia, el conflicto, la destrucción y el dolor.
A continuación se presentan tres razones clave por las que las buenas intenciones suelen resultar contraproducentes.
1. Sustitución de la comprensión de la realidad por la valoración moral
El error más común es confundir una valoración moral con una explicación real de los motivos de una conducta. Cuando alguien se comporta de manera agresiva, prejuiciosa o injusta, es común decir frases como “Simplemente no tiene suficiente educación”, “Está haciendo lo incorrecto”, “Es malo”. Este punto de vista suena simple y claro, pero no explica por qué una persona se comporta de esta manera en primer lugar.
Por ejemplo, si considera los conflictos en el trabajo únicamente como “no poder llevarse bien con la gente”, podría llegar a la conclusión de que todo lo que necesita hacer es brindar capacitación en comunicación o alentar a los empleados a ser más amigables y el problema desaparecerá. Pero la tensión en el equipo surge no sólo debido al “carácter difícil”: está influenciada por la cultura organizacional, el sistema de distribución de recursos, la competencia, las diferencias en experiencia y roles, y las distorsiones cognitivas. Si se ignoran estos factores, los intentos de mejorar el ambiente se reducen a lemas generales y no conducen a una solución real.
Es lo mismo en la vida cotidiana. Un padre que regaña a un niño por “mal comportamiento” puede pasar por alto que el niño está cansado, ansioso o tiene problemas para controlar las emociones.
La valoración moral es una etiqueta que divide el mundo en bien y mal, pero no revela mecanismos ocultos, por lo que cuando las decisiones se basan únicamente en categorías morales, resultan superficiales. Una persona quiere hacer “lo correcto”, pero al final actúa al azar, sin comprender las verdaderas razones detrás de lo que está sucediendo.
Sustituir la comprensión de la realidad por el juicio moral casi siempre convierte las buenas intenciones en acciones equivocadas. En lugar de buscar causas subyacentes, terminamos luchando con “etiquetas morales”, por lo que los problemas siguen sin resolverse.
2. La moralidad sólo funciona en el marco de la percepción de la realidad.
La segunda razón se debe a que los principios morales son válidos sólo en la medida en que se basan en una comprensión adecuada de la realidad. Si la realidad se percibe distorsionada, entonces los principios morales comienzan a actuar en detrimento.
Por ejemplo, las empresas suelen promover el lema “Todos deberían ser un solo equipo”. La idea en sí suena hermosa: cohesión, asistencia mutua, igualdad, pero si se aplica sin tener en cuenta la realidad (diferencias en roles, niveles de responsabilidad y competencias), entonces comienza a funcionar en detrimento. La gente deja de hablar abiertamente sobre los problemas, silencia los errores y no expresa desacuerdos, sólo para no “estropear el espíritu de equipo”. Como resultado, se acumulan conflictos ocultos, la eficiencia y la confianza disminuyen.
Resulta que el principio moral parece noble, pero sin apoyo a la estructura real del colectivo, comienza a destruir lo que se suponía que debía fortalecer.
La misma lógica funciona a nivel personal. Imagínese que una persona tiene confianza: “Siempre debes decir la verdad, por amarga que sea”. A primera vista, esto suena como un noble principio moral, pero si se ignora el contexto (los sentimientos del otro, lo apropiado del momento y la forma de decirlo), entonces la verdad se convierte en un arma que duele. La intención de ayudar con honestidad se convierte en destrucción de relaciones.
Por tanto, las creencias morales no pueden considerarse aisladas de la percepción de la realidad. Si se distorsiona, los principios morales dejan de ser útiles y empiezan a destruir.
3. Nuestro conocimiento es siempre limitado
La tercera razón es la creencia de que nuestro conocimiento es completo y exacto. Parece que si entendemos qué es bueno y qué es malo y actuamos en base a eso, se eliminan los errores. De hecho, cualquier conocimiento es un mapa, pero no el territorio en sí.
Los mapas son útiles, pero simplifican la realidad y no reflejan todos los pequeños detalles, cambios y matices. Lo mismo ocurre con nuestras ideas sobre el mundo: las formamos basándonos en la cultura, la educación, la política, la experiencia personal, pero todas son limitadas, incompletas y, a menudo, distorsionadas.
Una persona puede creer sinceramente que sus acciones son correctas porque “así es como se acepta en la sociedad” o “esto es lo que enseñaron los mayores”, pero si su conocimiento sobre la situación está desactualizado o es incompleto, entonces el resultado será el opuesto al esperado.
Hay muchos ejemplos. Los padres, al tratar de proteger a sus hijos de las dificultades, crean las condiciones para una tutela excesiva. Su intención es buena: proteger, preservar, pero el resultado es una falta de independencia, incapacidad para afrontar las dificultades y una débil estabilidad psicológica en los niños. La razón es una comprensión limitada de cómo se desarrolla la personalidad y qué habilidades son realmente necesarias para la vida futura.
Lo mismo se aplica a la política y los procesos sociales. Muchas reformas concebidas “en beneficio del pueblo” fracasaron precisamente porque se basaron en conocimientos obsoletos o falsos sobre el hombre, la sociedad o la economía. La intención de mejorar la vida se convirtió en crisis, pérdidas y nuevos problemas.
La principal dificultad es que las personas rara vez reconocen las limitaciones de sus conocimientos: piensan que sus ideas son lo suficientemente precisas como para juzgar la realidad y hacer valoraciones morales. Pero mientras el conocimiento siga siendo parcial y subjetivo, cualquier decisión moral se basará en cimientos inestables.