Desde pequeños nos enseñan a ser “normales”: no hacer ruido, no discutir, no correr riesgos, no expresar emociones de manera demasiado brillante.
Con el tiempo, esto se convierte en un estilo de vida: usted mismo comienza a evitar todo lo que pueda sacarlo de la imagen de un “tipo normal y adecuado”.
El problema es que ser normal no es realmente vivir. Suena fuerte, pero aquí tienes ocho razones por las que esforzarte por conseguirlo te hace más débil, más infeliz y limita todas tus posibilidades.
1. “Normal” te vuelve impersonal.
Cuando intentas no destacar, automáticamente borras todo lo que te hace ser: tus características, intereses, estilo de pensamiento, incluso tu forma de hablar. Empiezas a filtrar cada palabra, preguntándote si tu discurso se considerará extraño, y en lugar de comunicación en vivo salen frases preparadas, y en lugar de opiniones, aparecen excusas estereotipadas o un silencio total.
Así se forma la imagen de una persona ideal de “plastilina”: cómoda, sin conflictos, capaz de adaptarse a cualquiera. Parece que es más fácil comunicarse con esas personas, hacer amigos y trabajar, pero hay un problema: esas personas no son notadas, no recordadas y son fácilmente reemplazadas por otra persona.
Y lo peor es que en algún momento tú mismo olvidas quién eres. Si lo eliminan de la empresa, del equipo o de la relación, ¿qué cambiará? Si la respuesta es nada, entonces usted, como individuo, ya no existe.
2. Dejas de entender lo que quieres tú mismo.
Cuando te adaptas a la norma durante años, te resulta cada vez más difícil distinguir tu deseo del de otra persona. Ya no puedes responder normalmente a preguntas sencillas: “¿Qué amas?”, “¿Qué te molesta?”, “¿Qué tipo de vida te hace feliz?”.
En cambio, empiezan a aparecer clichés generales, como el hecho de que se quiere estabilidad, un buen trabajo, relaciones normales. Pero, ¿qué significan exactamente estos conceptos para usted? Si empiezas a profundizar más, es posible que no encuentres la respuesta.
En realidad, muchas personas viven toda su vida según el escenario de otra persona. Sus padres querían que fuera ingeniero; se hizo ingeniero, la sociedad dice que hay que casarse a los treinta años; se casó, sus amigos pidieron hipotecas; él también las tomó.
Y luego, a los cuarenta o cincuenta años, llega un sentimiento de sorda irritación, que parece que hiciste todo bien, pero todavía no había felicidad. La respuesta es simple: nunca tomaste tu propia ruta, sino que avanzaste por el camino que alguien más había trazado antes.
3. Automáticamente pierdes frente a aquellos que están dispuestos a correr riesgos.
En el mundo, no son los más inteligentes, ni siquiera los más experimentados, los que ganan: son los más notables y valientes los que ganan. Carrera, negocios, relaciones: todo gira en torno a aquellos que están dispuestos a declararse. Cualquier oportunidad aparece cuando ven a una persona viva y no una silueta borrosa.
Puedes ser diez veces más competente, talentoso y profundo, pero no te invitarán porque no eres visible. Y tú mismo tienes la culpa de ello, pensando que la modestia es una gran virtud.
De hecho, lo más frecuente es que detrás de ello se encuentre un miedo ordinario y habitual, disfrazado de “normalidad” o “adecuación”. Y mientras esperas el momento adecuado, alguien menos capaz, pero más valiente, ya te está quitando lo que soñaste.
Lo triste es que no se puede ganar un partido sin salir al campo. Pero la normalidad te enseña exactamente esto: a mantener la cabeza gacha, no correr riesgos y no avergonzarte. Como resultado, en lugar de vida, hay una expectativa constante de felicidad, que por alguna razón nunca llega.
4. Pierdes las ganas de vivir
Cuando todo es estable, predecible y “como todos los demás”, el cerebro se queda dormido. Abres los ojos por la mañana y ya sabes cómo transcurrirá el día: ni sensaciones nuevas, ni momentos impresionantes, ni arrebatos internos.
Pero la vida sin contrastes no es armonía, sino coma. Estamos diseñados de tal manera que la alegría se siente sólo en un contexto de riesgo, el interés en un contexto de desafíos y la inspiración en un contexto de imprevisibilidad.
Si sigues las reglas todo el tiempo, ¿llegará algún día en el que puedas sorprenderte y descubrir algo nuevo? Difícilmente. La “normalidad” a menudo conduce a una depresión silenciosa mezclada con una apatía pegajosa: este es el momento en que todo está bien por fuera, pero por dentro está demasiado tranquilo, triste y vacío.
5. Te conviertes en rehén de la aprobación de otras personas.
El deseo de ser “normal” te obliga no a vivir, sino a conformarte. Empiezas a existir en un modo de seguimiento interno constante: cómo te ves, qué pensaban de ti, si te expresaste correctamente, etc.
Formalmente eres libre, pero cada pensamiento está censurado y cada acción se convierte en un intento de adivinar qué es lo “correcto”.
Lo más repugnante de esto es que con la edad tu prisión solo se fortalece. Un joven todavía puede perder los estribos, hacer algo estúpido, correr riesgos, pero a los cuarenta o cincuenta ya es peor, porque te convences de que “ya no es respetable” o “demasiado tarde”. Y eso es todo, finalmente te conviertes en rehén de las opiniones de otras personas.
Pero dime honestamente: ¿realmente quieres vivir tu vida por el aplauso de los demás?
6. Lo “normal” mata el crecimiento.
Cualquier desarrollo comienza con incomodidad: la primera vez en el entrenamiento es desagradable, hablar en público da miedo y conocer gente es incómodo.
No se logra nada grandioso en un estado de comodidad, pero la normalidad enseña que si tienes miedo, debes quedarte donde estás y retirarte a tu propio caparazón. Como resultado, te quedas estancado en un nivel y no creces.
Además, lo más ofensivo es que el desarrollo personal no se detiene: hay un movimiento ascendente o un deslizamiento silencioso hacia abajo. Si no estás creciendo, entonces te estás deteriorando; simplemente sucede lenta e imperceptiblemente.
7. Te vuelves aburrido incluso contigo mismo.
¿Sabes por qué muchas personas mayores no pueden estar solas consigo mismas y definitivamente necesitan la televisión, la radio, las redes sociales o al menos el ruido de fondo? Porque tienen miedo de estar solos con sus propios pensamientos.
Una persona que ha desempeñado el papel de “normal” durante demasiado tiempo pierde profundidad de pensamiento. Deja de hacerse preguntas, no discute consigo mismo, no fantasea, no duda, simplemente repite soluciones ya preparadas.
Y donde no hay pensamientos ni personalidad, lo que queda es un autómata aburrido y predecible que repite “como debe”. Y aquí estás sentado, todo te parece bien, pero por dentro te sientes como si estuvieras presente en la vida de otra persona como un extra.
8. Te arriesgas a vivir tu vida sin tu propia historia.
Imagina que tienes sesenta. Te hacen varias preguntas: “¿Cómo eras? ¿Qué hiciste? ¿Qué recuerdas con orgullo? Si la única respuesta es “Viví como todos los demás”, entonces esto no es un recuerdo, sino una frase.
Cada persona quiere sentir en el fondo de su alma que no vivió su vida en vano, que hizo algo a su manera y que tuvo su propia historia.
La normalidad te deja sin nada que decirte porque siempre elige lo seguro, lo familiar, lo esperado. Y la historia trata sobre tomar una decisión en la que podrías haberte acobardado, pero no lo hiciste.