La psique humana está diseñada de tal manera que constantemente intentamos desempeñar diferentes roles: hijo, amigo, colega, socio.
No hay nada de malo en eso mientras la máscara siga siendo una opción.
El problema comienza cuando se convierte en la única forma de existir, y resulta que vives por el bien de las expectativas de los demás, reprimiendo tus deseos y sentimientos. Y tarde o temprano, la fatiga por un juego así se manifiesta en ciertos signos.
1. Sientes fatiga crónica sin motivo aparente.
La fatiga constante es la primera señal de advertencia. Puedes acostarte a tiempo, comer bien e incluso no hacer ejercicio físico, pero aun así despertarte agotado. Y la cuestión es que sus recursos internos no se gastan en negocios, sino en mantener su carácter.
Cada sonrisa, frase “correcta” pronunciada o gesto cuidadosamente seleccionado requiere energía. Filtras cómo te ves, lo que dices, cómo reaccionas, razón por la cual tu psique vive en un modo de control elevado. Es como trabajar en dos frentes: exteriormente vivir una vida normal, pero por dentro comprobar sin cesar si te ves bien.
El cuerpo percibe esa tensión como estrés: los niveles de cortisol aumentan y, con él, el sueño empeora, la inmunidad disminuye y se pierde la capacidad de concentración. Incluso después de ocho horas de sueño, te despiertas sintiéndote cansado, no porque te pase algo malo, sino porque la vida con una máscara no es menos agotadora que el trabajo físico duro.
2. Pierdes la sensación de alegría
Cuando una persona deja de ser ella misma, sus emociones se van apagando gradualmente. Alegría, inspiración, emoción: todo esto requiere sinceridad, pero si sientes una cosa por dentro y muestras otra por fuera, entonces se pierde la conexión con los sentimientos reales.
Imagínese: recibe elogios en el trabajo, pero en lugar de alegría se siente vacío, o se reúne con amigos y se ríe, pero la risa suena mecánica. Esto es agotamiento emocional, cuando nada evoca una respuesta real y todo a su alrededor parece igualmente aburrido.
La alegría no se puede “representar”; sólo sucede cuando actúas de acuerdo con tus deseos y valores. Y si los escondes detrás de una máscara durante demasiado tiempo, la alegría desaparece y da paso a la indiferencia.
3. Tienes miedo a la intimidad.
La intimidad siempre requiere honestidad y, si finges, el miedo a ser descubierto lo hace imposible. Tienes miedo de mostrar quién eres realmente, porque en tu interior tienes miedo de ser rechazado.
Exteriormente se ve así: es posible que tengas muchos conocidos, pero pocos amigos de verdad. Puede que seas el alma de la fiesta, pero nadie sabe lo que hay en tu corazón. Y, por regla general, las conversaciones siguen siendo superficiales y las relaciones formales.
Este miedo se convierte en un muro entre usted y otras personas. Te proteges del descubrimiento, pero pagas con la soledad, y cuanto más dura el juego, más difícil resulta decidir ser sincero.
4. Dependes demasiado de las opiniones de otras personas
Cuando la máscara se vuelve familiar, cualquier palabra extranjera se percibe como una prueba. Vives constantemente mirando hacia atrás: ¿les gustaste, hiciste lo correcto, qué pensaron de ti?
En lugar de escucharte a ti mismo, analizas constantemente las reacciones de los demás. Cualquier decisión se convierte en un tormento, porque no buscas lo que quieres, sino lo que “los demás aprobarán”. El resultado es la ansiedad: cualquier desviación del rol parece un fracaso.
Esta dependencia te convierte en rehén de las expectativas de otras personas. Tu yo interior se está debilitando porque no confías en ti mismo, confías sólo en la evaluación externa, y cuanto más se prolonga esto, más difícil te resultará tomar tus propias decisiones sin mirar atrás.
5. Pierdes el contacto contigo mismo.
La consecuencia más peligrosa de fingir es perder el contacto contigo mismo. Al principio, simplemente reprimes los deseos por conveniencia o tranquilidad, pero con el tiempo te acostumbras tanto al papel que dejas de comprender lo que realmente quieres.
Sinceramente, es posible que no sepas qué trabajo elegir, qué te produce placer, qué quieres hacer. Sólo hay una lista de “cómo hacerlo bien” en tu cabeza, pero tu vida interior está vacía.
Esto crea la sensación de que no tienes apoyo y esto te hace especialmente vulnerable: cualquier crítica te desvía, cualquier dificultad te destroza, porque no hay una base sólida en tu interior. Y sólo aparece cuando eres honesto contigo mismo.
6. Te irritas cada vez más
La simulación siempre da lugar a conflictos internos. Por fuera eres educado, tranquilo, “correcto”, pero por dentro acumulas enojo contra las circunstancias y las personas, pero sobre todo, contra ti mismo.
La irritación puede manifestarse inesperadamente: atacas a tus seres queridos, te pones nervioso por nimiedades o reaccionas más fuerte de lo que requiere la situación. Y la razón es que no te permites ser tú mismo.
Es como un sobrecalentamiento: lo soportas durante mucho tiempo y luego cualquier palabra o acción se convierte en el colmo. Y cuanto más intentas “mantener la cara”, más tensión interna se acumula.
7. Te sientes “fuera de lugar”
Puedes tener éxito exteriormente: tener un trabajo prestigioso, una familia, un estatus, pero por dentro experimentas una sensación embotada de que todo esto no es tuyo, como si estuvieras jugando en una obra de teatro donde los roles te fueron asignados sin tu consentimiento.
Este sentimiento aparece cuando se toma una decisión no de acuerdo con sus valores, sino para cumplir con las expectativas. Parece que estás haciendo todo bien, pero no hay satisfacción.
Esta es una de las señales más dolorosas de que estás cansado de fingir ser alguien que no eres. Una máscara puede traer recompensas externas, pero deja un vacío en el interior, y ningún éxito podrá compensar el sentimiento de la vida de otra persona.
8. Ya no puedes dejarte la mascarilla puesta.
La señal más llamativa es el momento en que ya no quedan fuerzas para fingir. Ya no puedes filtrar palabras, emociones, reacciones y en algún momento pierdes los estribos, dices la verdad o actúas de forma espontánea sin pensar en cómo quedará.
Al principio da miedo: la gente ve tu verdadero yo y parece que todo se derrumba, pero es en este momento cuando tienes una oportunidad. Cuando se te cae la máscara, tienes la oportunidad de encontrarte contigo mismo.
Si no le da la espalda a esta experiencia, podrá comenzar a construir una vida honesta basada en sus propios valores. Por supuesto, es difícil y aterrador, pero aquí es donde nace la verdadera libertad.