Una sociedad estancada en la infancia: por qué no queremos crecer

Una sociedad estancada en la infancia: por qué no queremos crecer

La edad adulta solía parecer una meta: estaba asociada con la independencia, la libertad, la estabilidad y el respeto.

Consistía en la oportunidad de ganar dinero, tomar decisiones, construir tu propio destino.

Hoy todo es diferente: crecer ha pasado completamente de moda. Retrasamos este momento, nos escondemos detrás del humor, los memes y un interminable “seré joven un poco más”. ¿Pero por qué sucedió esto?

La edad adulta ha perdido su atractivo

Una sociedad estancada en la infancia: por qué no queremos crecer

La edad adulta moderna no se trata de confianza y estatus, sino de fatiga, facturas, obligaciones y agotamiento. Si antes la madurez se asociaba con la fuerza interior y la estabilidad, ahora se asocia con el estrés crónico, las prisas constantes y la falta de recursos.

Ves cuántas personas mayores que tú trabajan sin placer, viven “automáticamente”, no son felices, simplemente sobreviven. Se cansan de un sinfín de tareas, responsabilidades y en algún lugar muy dentro se dispara una defensa: no quiero ser así.

Incluso las imágenes culturales han cambiado. Si antes las películas y la publicidad mostraban a los adultos como personas exitosas y seguras de sí mismas, ahora se les presenta más a menudo como aburridos, deprimidos y cansados. Y la juventud, por el contrario, es símbolo de ligereza, libertad, experimentación y vivacidad.

Las redes sociales echan más leña al fuego: no hay lugar para las arrugas, la depresión ni los problemas cotidianos. Cada publicación dice lo mismo: sé ligera, joven, elegante y despreocupada. Todo lo real se esconde tímidamente bajo los filtros, y la vida adulta es demasiado “real”: contiene dolor, responsabilidad, restricciones que no atraen los gustos.

Crecimos en una era de infinitas opciones.

Las generaciones anteriores no tuvieron muchas opciones: tuvieron que trabajar, mantener a sus familias y “recuperarse”. Todo era predecible: la escuela, la universidad, el trabajo, el matrimonio, los hijos… el sistema era duro, pero comprensible.

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Ahora hay tantas elecciones que puedes volverte loco con ellas. Puedes cambiar tu profesión, país, actitud hacia ti mismo. Por fuera parece libertad, pero por dentro parece caos. Cada elección se convierte en un riesgo, porque junto con las oportunidades, también ha aumentado el coste del error.

Vivimos en constante ansiedad, porque en un mundo donde todo es posible, da miedo elegir solo una cosa. Y al final nos quedamos estancados en algún punto intermedio: parece que ya no somos adolescentes, pero tampoco estamos preparados para la verdadera edad adulta. Sabemos que tendremos que tomar decisiones, pero posponemos este momento, como si fuera una conversación difícil que de todos modos no se puede evitar.

La responsabilidad ya no parece un valor

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Anteriormente, la responsabilidad era un signo de fortaleza: significaba que uno podía preocuparse, tomar decisiones y ser un apoyo para los demás. Hoy esta palabra se ha convertido casi en una mala palabra.

Ser responsable significa estar siempre ocupado, sobrecargado, sin derecho a la espontaneidad. Vemos cómo los adultos se ahogan en los negocios, se convierten en rehenes de sus responsabilidades y se pierden en interminables “deberes”, y tenemos una protesta interna de que no queremos hacer eso.

La cultura moderna celebra la ligereza. Nos dicen: “Sé tú mismo”, “No te estreses”, “Vive aquí y ahora”; esto suena hermoso en teoría, pero en realidad nos impide crecer. Después de todo, la vida adulta no es una tranquilidad constante, sino la capacidad de afrontar las dificultades.

Tenemos miedo de perder nuestra juventud no sólo externamente

La juventud ha dejado de ser edad: se ha convertido en una idea, una imagen, un estado de ánimo.

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Mantenerse “siempre joven” significa estar abierto a cosas nuevas, comprender las tendencias, lucir fresco y no desanimarse. Se ha convertido en una norma cultural que todos intentamos mantener.

Pero detrás de este deseo está el miedo a desaparecer, a volverse “irrelevante”. El mundo está construido de tal manera que valora todo lo nuevo y fresco. Marcas, rostros, ideas, startups: todo debería ser joven. Incluso a los treinta o cuarenta años, muchos intentan comportarse “como jóvenes”, temen mostrar cansancio o madurez.

Ya no se respeta la edad, se teme. Y esto es una paradoja, porque es la madurez la que da profundidad, conciencia y estabilidad. Pero el mundo moderno está estructurado de tal manera que valora la velocidad sobre la profundidad.

El mercado vende “eterna juventud”

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Las industrias de la belleza, el fitness, el entretenimiento y la tecnología están haciendo todo lo posible para garantizar que este miedo nunca desaparezca.

El anuncio promete: un poco más y volverá a ser joven, enérgico y atractivo. Cremas, entrenamientos, gadgets, maratones, “desintoxicaciones”: todo esto te da la sensación de que puedes quedarte en el principio, donde “todo apenas comienza”.

La edad adulta no está a la venta porque no se puede “empaquetar” en un hermoso vídeo. Se trata de silencio, trabajo y trabajo interior, y no de gustos y exageraciones.

Pero la juventud es el producto ideal. Es simple, emotivo, rápido y se puede vender infinitamente. Por eso nos enseñaron: envejecer es vergonzoso, crecer es aburrido, cambiar es peligroso.

El mundo se ha vuelto demasiado inestable.

Cuando tus padres crecían, el futuro era al menos algo predecible. Trabajo, apartamento, familia: parecía una base fiable.

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Hoy todo es diferente. El mundo está cambiando tan rápidamente que cualquier “planificación” parece casi ingenua. Crisis, guerras, desastres ambientales, inflación, avances tecnológicos: todo esto crea la sensación de que no hay suelo bajo nuestros pies.

¿Cómo hacer planes a largo plazo si todo podría colapsar? ¿Cómo asumir la responsabilidad si no sabes si habrá un mañana? Por lo tanto, muchos optan por no crecer, no porque no quieran, sino porque tienen miedo de perder flexibilidad, de invertir en algo que colapsará.

“¿Por qué pedir una hipoteca si puedes irte? ¿Por qué tener hijos si el futuro no está claro? – estas preguntas se volvieron naturales.

Confundimos crecer con perdernos

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Otra razón es cómo entendemos la esencia misma del crecimiento.

Mucha gente piensa que ser adulto significa renunciar a los sueños, aceptar el aburrimiento y llegar a ser “como todos los demás”. Pero, de hecho, crecer no se trata de humildad, sino de fuerza. Esta es la capacidad de controlarse a uno mismo sin romperse bajo presión, la capacidad de no huir de la realidad, sino de construir relaciones con ella, no la pérdida de la libertad, sino la capacidad de gestionarla.

Ser adulto no significa volverse aburrido. Esto significa conocerse a sí mismo, sus límites, sus deseos y también poder decir “no” sin sentirse culpable.

Quizás simplemente necesitemos repensar la imagen de la edad adulta: dejar de asociarla con el aburrimiento y la fatiga, y ver en ella estabilidad, núcleo interior y conciencia.

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